lunes, 5 de diciembre de 2011

Tarde y de noche





Ahora (sobre todo ahora) no dejo de quejarme con Él cada vez que creo estar en su presencia (dios, qué ironía). Por qué fue tan cruel y canalla y me situó aquí justo el uno de Junio del año mil novecientos noventa y seis, cuando perfectamente puedo haberlo hecho un par de años antes (cuatro o cinco, aproximadamente).  Ahora más que nunca siento deseos de ver a el-temido-y-bien amado-patrón y aforrarle unos cuantos en su buen-hocico-santo; ya que por su culpa (exclusivamente su culpa, no de mis padres, ni abuelos, ni de Adán y Eva; sólo su culpa), veo rostros muertos en fotos. Imágenes muertas, que me llenan los ojos de lágrimas cuando las miro, porque las miradas enamoran (como el rayo que te parte hasta los huesos), y sé que son rostros muertos, muertos e inalcanzables, pero si solamente Él me hubiera lanzado a esta bomba de tiempo cinco años antes, mi tiempo y tu tiempo, mi espacio y tu espacio serían distintos. Las líneas serían para ti y no para una sombra. 

Ahora en Santiago de Chile no hay inviernos que fotografiar, los inviernos son calurosos, hasta sin lluvias; y por ende hay emociones que se han perdido, emociones que ya no existen en estos inviernos, emociones que te funden con la naturaleza y agudizan tus sentidos, emociones que tú alcanzaste a vivir cuando tu rostro, el que ahora estoy mirando, aun seguía vivo. Ahora yo camino por los lugares que tú recorrías mientras yo peleaba con pendejos para saber quién ganaba el amor de plástico de alguna niñita. Ahora recién comienzo a conocer los caminos que sólo siguen vivos en fotografías para ti, porque el jumper, los inviernos y  lo demás, ya no están.  

La luna no cambia. La luna sigue siendo la misma que nos ha visto, que me ha visto verte viendo a alguien más, mientras yo sigo tus huellas. La misma luna que ahora ve tu camino que no me será revelado dentro de muchos años más, cuando para ti, estos caminos ya no tengan importancia.

La desgracia habita en el mundo de quien la busca.



jueves, 1 de diciembre de 2011

Desconocidos






La noche cayó de golpe para los dos. La obscuridad se apoderaba rápidamente de la totalidad de sus mundos. Él estaba en su cuarto, sentado (y observando su reflejo) en el frío piso, escuchando el silencio, aterrado; jugaba en cada instante con sus dudas,  mientras  una enérgica brisa helada rozaba su rostro y agitaba sus cabellos, desordenándolos. Ella se encontraba  acostada  en las entrañas seguras de un bosque, apoyada en un árbol coposo e inquieto, miraba el cielo pintado de manchas brillantes, así se sentía insignificantemente pequeña en comparación a la vida presente en esa obra, pintada por Alguien Anónimo, jamás conocido.
Ambos sumergidos profundamente en los caudalosos ríos de sus dudas, dejaron escapar una sonrisa al mismo tiempo, sin saberlo. Ella escuchaba el murmullo de la hierba agitarse a su alrededor. Permanecía con sus ojos cerrados, consciente que no podía ver nada en la noche, a excepción del cuadro lejano sobre su cabeza. Olía la virginidad del bosque,  que se filtraba nítidamente por sus narices, llegando hasta sus lugares más profundos, logrando  adormecer todo su cuerpo. Él se hacía con el frío omnipresente, dudando, como siempre había hecho. Buscando una forma de mezclar, desesperadamente;  pasado,  presente  y  futuro  en  una  realidad  única.  Permanecía intranquilo en su cuarto que,  en ese momento, era un  oscuro juego de sombras tenebrosas alterando sus nervios, quitándole el aliento. Más allá de sus miedos, en ese instante, ambos estaban seguros en sus sagrados polos opuestos, sin saberlo.
Transcurrido un lapso de la noche, la brisa helada comenzaba a ser olvidada. Los miedos empezaban a desaparecer. Las dudas se hundían en el agua para volver a salir a flote en otro instante. El cuadro de Alguien Anónimo dejaba de ser inmenso, era una pequeña parcula que, ambos, sin saberlo, tomaron al mismo tiempo.
Primero ella, luego él. Ambos se desplomaron de la realidad y comenzaron a vagar por sus  sueños, su mundo onírico lo fue todo por un instante, en donde solamente se encontraban  los  dos.  Por  única  vez,  vieron  sus  rostros,  palparon  sus  mejillas  y comenzaron a  besarse, convirtiéndose en la nueva obra de Anónimo. Primero ella, luego él. Se desprendieron de sus ropas, sentían su verdadera naturaleza fluir, luego de haberla olvidado  durante tanto tiempo. Sus ojos se encontraron, profanando su


intimidad. Amor. Primero él, y luego ella. Cerraron sus parpados, cansados de imaginar, tratando de desprenderse de sus sueños, llegando al final de la cuerda, endeble, que en cualquier instante podían cortar. Él decidido  no abandonarla, abr sus ojos dentro de su mente y ahí  la encontró, al frente suyo, nuevamente. Golpeó sus mejillas suavemente para que ella no despertara del sueño. No lo hizo. Ambos comenzaron a nadar en un inmenso casi-interminable mar, nadaron juntos por casi-toda-la-eternidad. Juntos dentro de sus sueños, los cuales parecían no acabar, sus sueños eran, en ese momento, la realidad. Juntos, sin nadie más. Junto. En lo casi-infinito.
El día comenzaba midamente a esas horas de la mañana. La estática imagen que antes solo variaba con el soplar del viento, se había convertido en tenues movimientos de personas.  Ella estaba apoyada en un árbol que, ahora, le aportaba sombra, sin dejar que los suaves rayos de sol le molestaran. La brisa susurraba cálidamente en sus oídos.  En  el  pasto  veía  como  algunas  pequeñas  flores  comenzaban  a  abrirse  al encontrar a su Dios  aportándole vida.  El sentía el suelo tibio, como era costumbre a esa hora en esos días de primavera. Sus  cabellos poblaban su frente e itilmente trataba  de  peinarlos.            Ambos,  al  mismo  tiempo se  estiraron  y  bostezaron. Carraspearon y rasgaron sus ojos. El se levantó del suelo,  así como ella se alejaba del cálido bosque, al mismo tiempo, sin saberlo. Sentían deseos de alimentar  su  esmago después de una noche más de sueño. Ya incorporados, comenzaron un nuevo  día, común y corriente, sin siquiera darse cuenta, sin estar conscientes que, en la inmensa eternidad, ellos se alcanzaron a conocer.




Molestias casuales



Desde la pileta el agua salpica constantemente. Una paloma se posa entre los ríos que se forman, y limpia sus alas mientras tranquilamente observa cómo se despierta la ciudad a eso del medio día. El Mateau mira esta pileta pensando en que ella es mucho más longeva y también que, cuando él desaparezca, seguirá salpicando por cuántos siglos más, volviendo a permitir situaciones como las que se dieron hoy. Pensaba también que, remplazar la pileta por el Universo, sería una buena analogía.
A través de los ojos de la paloma se reflejan tres (o quizá dos) parejas, sentadas en bancas que rodean la fuente. Primero están los F., e inmediatamente a su izquierda los T. El rostro de la paloma es un signo de pregunta, haciendo referencia a que si la cercanía de ambas parejas se debe a su parentesco. El ave se olvida de lo visto y comienza su vuelo buscando cualquier lugar más emocionante, o tal vez sólo busca algo de comer.
Los T. y los F. son similares, al punto que ambas relaciones son cuerdas-entendidas-por-la-sociedad. Sus rostros son agraciados y sus ropas hacen lucir la moda santiaguina. Los T. y los F. tienen hasta una similitud en la forma de escribirse, porque al mover el palo inferior de una F hacia la izquierda del palo vertical, y subirlo hasta el tope, tendría la T que representa a la pareja vecina. Ese palo es el único pequeño gran detalle que no permite su simetría.
En la banca más lejana, está o están los Mateau, que por la distancia y el agua que salta unos cuatro metros desde el suelo, no son visibles para los T. ni los F. Nadie sabe si el Mateau está realmente acompañado por alguien tangible, pero él sabe que no está solo en su soledad.
La  F. comenzó a declarar por quincuagésima vez su amor hacia su pareja, y esta vez lo hace gritando. Si mal no ha oído, Mateau escuchó: “¡El perro es maúlla!”. Él sabe que estas son palabras inconexas, falsas, sin sentido y vacías algunas veces. Para el oído de la ciudad, al F. le acaban de gritar las siguientes palabras “¡Te amo!”. Los T. hacen algo similar pero por primera vez se sienten defraudados de sus momentáneos compañeros de banca, pues notan una completa falsedad en lo que han escuchado. Entonces la T. hace un ademán de desprecio, y, encubierto, otro de comprensión. Mateau, entretenido por lo que acaba de oír, se dirige a una banca más cercana, donde es más fácil ver y escuchar.
Mateau había recorrido gran parte de la ciudad, desde la madrugada hasta el medio día. Caminó por parques observando hojas y pateando piedras; mirando el cielo y escupiendo al suelo, no por una molesta abundancia de saliva ni flemas, sino por un latente desprecio de lo que significaba la vida, la vida además, tan corta y redundante cada año, por cada persona y por cada era. Mateau era de aspecto vago, despreocupado y sereno, atento y a la vez despistado, perspicaz al punto de la suspicacia. Luego de haber abandonado los parques recorridos, sintió caminar a su lado a M., no miro para asegurar si era ella o estaba solo, y comenzó a hablarle. Le comentaba acerca de nubes y estrellas; pájaros y aviones, y –como un enigmático secreto–, también, sobre OVNIS, categoría donde le gustaba sentirse identificado aunque lamentablemente así no fuese. El pelo de Mateau le reducía la vista, sobre todo por el lado derecho (donde sentía caminar a M., que no pronunciaba palabra alguna), así que no había más prueba que M. estaba junto a él que el ruido de los pasos y la respiración que Mateau percibía. Finalmente llegaron (o llegó) a una pileta, donde se sentó en la banca más alejada de las demás parejas. 
Los T. y los F. tenían similares procedencias. Los T. estaban empapados por haber estado jugando con agua en un recinto lejano. Su principal preocupación era el pasado más que el porvenir. Los F. decaían en un palo hacia la derecha: la misma condición, más extremidad; se les sumaba el qué-dicen-ellos en vez del qué-pensamos-nosotros. Estas parejas habían llegado por metro hacia la pileta, pues no acostumbraban caminar.
Cabe destacar cómo se formó la pareja de los T.:
Tina por apuro desesperado había caído en calles más extrañas de Santiago, donde T. paseaba similar a Mateau en los días de hoy. En esos años, dos desde el presente, T. sólo buscaba compañía pero sin apuros ni prisas, y así calló Tina en la calle J, corriendo, destrozada y asustada. T. la ayudó y con el pasar de los días comenzaron a cruzar sus caminos en un camino. Pero hoy ya todo era rutinario. Una pena.
Ahora los F. se besan luego de los gemidos de Fanny. Mateau se para de la banca donde se había situado, en la que no permaneció más de diez minutos. En este instante va a  caer al lado de los F. Estos se miran disgustados más que sorprendidos. Mateau siente a M. a su lado ahora cercana y real, mas está seguro de que ella, si antes hubiera estado a su lado, ya no se encontraba allí. Los T. miran y se sonríen, este momento les da vida, que es lo que tanto les falta. Pero es un momento efímero el que divierte. Mateau saca un libro de la mochila que llevaba en su espalda, que ahora ha dejado en sus faldas, y aparenta ser un lector concentrado. Pero para dar a entender directamente lo contrario a los F., pone el libro al revés. F. lo nota y se altera aún más, entonces comienza a palabrear a Mateau:
-Oye, ¿qué se te perdió por aquí ahue…? -La F. lo toma por el brazo rápidamente y le dice:
-Cálmate, Falco, sólo está leyendo.
-Así es, flaco, sólo estoy leyendo.
Falco lo mira despectivamente y Mateau voltea el libro. Mira a F., luego a la F. y vuelve a su libro, comienza a ojearlo y se detiene en la página trecientos sesenta y seis, cierra los ojos y, con éstos aún cerrados, vuelve a mostrar cara de concentración. Falco no deja de mirarlo y entonces la F. le hace girar su rostro sin hablar y su fisonomía le dice: no le des importancia oh.
La ropa de los T. se está secando. La paloma ha vuelto y se coloca al lado de Mateau. Los F, incómodos, ya no saben de qué hablar, y eso es justamente lo que esperaba hacer Mateau. Las dos parejas, Mateau, y el ave; ya están a una distancia que cualquier cosa dicha sería oída por los demás.
-Ustedes son tan parecidos. Tú –dice apuntando a T. –lamentablemente has fracasado, y tú eres la culpable de ello –Señalando a Tina–. Para qué hablar de ustedes –continúa con los ojos cerrados aún–, nunca deberían haber estado juntos, son los que hacen llorar a esa pileta en frente suyo y espantan las aves como las que se encuentran a mi lado.
Los T. desconcertados y un poco asustados se paran y caminan hacia el semáforo de la esquina, los F. siguen su ejemplo y rápidamente se ponen en marcha. Mateau está contento con lo sucedido y también se pone en pie. Las parejas creen que Mateau los sigue, pero en la esquina de  la calle estaba Magdalena Mateau, a quien abraza por el cuello y se ríen como dos locos y luego caminan por el rumbo que acaba en un cerro. Mientras tanto, los T. y los F. aún esperan que el semáforo cambie. Tomás decide devolverse al metro y es lo que hacen con Tina. La luz ahora está en verde y los F. se dirigen a la fuente más cercana que encuentren. Falco se enmienda a Dios esperando que, la próxima pileta a la que vayan, no esté llorando. Entonces Fanny se aferra de su brazo esta vez y le susurra en el oído: -Qué tipo más fallado.



Carta a una mujer





Aunque al final, no logro imaginarte realizando el deseo tan longevo y milenario de llegar luego de recorrer tantos cerros y praderas y campos, con las amarillas flores del tamaño más diminuto existente (o arrancar de raíz el árbol y trasplantarlo a un huerto más cercano), el final en que llegas para ser la única que escucha lo que nunca se escuchará, pero nunca lo habrás escuchado en realidad. Serás el ente imaginario-real-abstracto del que todos me hablan y dicen no  existir,  y  yo  no  les  creo  y  tsigo  insistiendo  en  que  sí  existirás  y  no  debes preocuparte porque eres más que simplemente parte de mi imaginación. En este final enredo mis dedos en tus cabellos, acariciándolos, y tu desgarrador llanto empapa mi cuello donde está apoyado tu rostro deformado por la tristeza, y con mis dedos, que sueltan suavemente tu cabellera para escabullirse por tu cuello en el ángulo que me se más simple levantar tu rostro y así mirarte, elevo tu mirada y entonces busco tus ojos perdidos (oh, tus ojos), y cuando los encuentro te reitero que todo estará bien. Empero luego de eso volverás a esfumarte y te volve a olvidar y quizá algún día llegue ese final realmente.
Ese día, que no logro crear, ni esperar ni soñar, estarás de pie frente a mí, hablándome como quien quiere vaciar su vida en un centro, y que luego sea algo mutuo, todo sea un complemento total y único; te entenderé, mas tú no a porque no sé vaciar mi vida, porque tu deseo milenario y longevo no es mi mismo deseo, yo sólo esperaría que lanzaras las flores en mi rostro y te alejaras, y así sabría que sigues aquí. En tu desconcierto correrás para lanzarte a un vao, un pozo, un mar o q sé yo; y mientras caigas te convertirás en cenizas que el viento esparcirá libremente por donde él quiera y se un tedioso trabajo encontrarlas y saber que son tuyas y no del producto de la imaginación de alguien más que había estado parado justamente donde ahora estoy yo, imaginando finales que no llegan y viendo cómo se esparcían los restos de alguien jamás creado y seamos dos locos ahora los que buscamos, y luego tres y luego el mundo.
          Entonces si luego de los siglos transcurridos encontrara tus reales cenizas (que no sabría cómo entender que son tuyas y no estar uniendo partes que no calzan), si pudiera volver a armarte  y  rearmarte,  miraría  tu  rostro,  escrutándolo,  buscándote  para  no  perderte,  ni perderme; tendría especial cuidado sobre cuál ojo cae mi curiosa y atenta mirada, en cuál sombra que cubre tus pupilas. Me fijaría en los sentimientos que crea cada uno de tus ojos dolidos. Tus ojos podan transformar cualquier pensamiento que nazca en la penumbra de mi mente, tan lo dependiendo de cuál miro. Ellos me hablaan, emitiendo un callado silencio que procuro no escuchar, y entonces me dedico a mirar cualquiera, al azar, o turno mi vista con tus  miradas,  pueambos  ojos  son  mundos  totalmente  distintos.  Tus  ojos,  que  expresan el mayor quejido que jamás había escuchado, que expresan la mayor alegría de mirarme llenándolos de brillo y arrugas de alegría en sus costados. Me altero por no saber q ojo mirar, por q tomar una elección tan común, tan idiota; tan común, tan impensada; tan común, tan innecesaria. Porque son dos los universos que tienen para exponerme, pero no entiendo cuál tomar ni por qué; no entiendo tus ojos, oh, no los entiendo. Tus ojos, que, si no comienzo yo a buscarlos nunca los encontraa. Tus ojos son el cielo y el infierno, distintos, ambos, al mismo tiempo, en el mismo instante.
Y luego de imaginar tan trágico final comenzaría a pensar en un comienzo, un piso donde todo empieza, un camino que recorrer para llegar a crearte sin ningún sentido, y luego concluir con la espera del deseo milenario. Pero sin duda la mayor dificultad está en saber a quién estoy soñando, la mujer de chaleco blanco y cabellos despeinados que entrega la imaginación necesaria (justamente la necesaria) para verla llorar en mis hombros; la mujer que siempre se había escabullido y de no ser por la duda de la enumeración no habría cabido en este lugar ya nunca más; o la piadosa dama alta que sabe-cruzar(o hacer cruzar)-las-puertas. O, eventualmente, estoy soñando a cualquier otra entre la estatura de uno a dos metros.