miércoles, 16 de julio de 2014
miércoles, 15 de enero de 2014
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El
trino de los pájaros desfila por mis oídos, deambula inquieto, destaca un verso
que nunca dejará de acompañarme. El trino esconde en su esencia la verdad, el
augurio: la inevitable sombra de la ausencia, la muerte asechando en cada
respiro dado; todos los verbos pretenden retrasar inútilmente su llegada.
Nada
más se mantiene constante en su mente. El pobre Yann, tan desesperado por
integrarse a la vida, descubre el vacío que existe en el centro. No es posible extraer el meollo de la vida. Recostado, Yann piensa fugazmente en la
vida misma: su próximo encuentra con Amelia, los anteriores; el sonido de dos
notas que se complementan. Se revuelca y se retuerce de dolor en su cama, no soporta
la angustia goteando por todos lados. Vuelve a su mente la idea del nuevo
encuentro. Mañana verá a Amelia. Se fascina por esa idea, disfruta los efímeros
periodos en que puede conservar el interés, ese que salta de un punto a otro
antes de lograr depositarse completamente en algún lugar fijo. Qué bien se
siente saberla viva, no es mi amor eterno, ni mi cositamáslinda ni mi peoresnada,
no puede ser catalogada y ese es justamente el motivo que aún puedo conservar
la calma, apenas sepa de qué se trata esto debo marcharme.
Abre
los ojos y se descubre en medio de la oscuridad. Recuerda una canción, Chopin
recorre con su piano las ideas que están por nacer. Hagamos algo: respiremos
por la boca, olvidémonos de la nariz, no soportaré otra noche de insomnio. El
aire entra y rápidamente seca su boca, pero no se rendirá, necesita conciliar
el sueño, cuando lo haga, verá su imagen flotando: Amelia estará allí quizá
convertida en una golondrina con sus patas enredadas en un sauce llorón,
intentando zafarse y al lograrlo arrancará de raíz el árbol, volará a su lado
y, transformada nuevamente en persona, escupirá en el rostro de Yann, su saliva
será solamente olor a piel húmeda y fresca. Entonces Yann al despertar interpretará
el sueño, agradecerá a su subconsciente por haberle aportado esa visión
alternativa que, de todas formas, le pertenece.
Yann
siente su boca totalmente deshidratada. Oye un ruido que cae sobre su cabeza,
se acerca lentamente a sus oídos similar a la briza tenue que luego se
transforma en una horrible, estrepitosa y constante catarata de sonidos
abominables e indefinidos. Está imposibilitado de moverse y ahora siente un
peso en su pecho, aquel que anteriormente fue llamado Incubus. Yann está
consciente de su estado, se encuentra sumergido en la parálisis del sueño, sabe,
por lo tanto, que no podrá moverse al menos por unos minutos. Intenta gritar,
sabe que es inútil, piensa en lo inexplicable que le parece ser víctima
constante de ese trastorno, sabiendo que hay personas que morirán sin siquiera
haberlo vivido una sola vez.
Por
su boca abierta y reseca ingresa desesperada una araña. Yann se da
cuenta de que algo ha entrado, que se posa en su lengua y se mueve hacia el
fondo de su boca. La araña está en una cueva seca y oscura, la recorre buscando
un lugar donde pueda evitar un flujo de aire que la altera. La araña desciende,
se encuentra en un tubo estrecho y húmedo. Yann nuevamente es capaz de moverse,
y toce adrede para eliminar lo que le dificulta la deglución. Cada vez que lo intenta
y vuelve a fracasar, nota la desesperación apoderándose de él, hasta que finalmente
siente un ardor potente, similar a una quemadura. Su garganta no tarda en
inflamarse, y el veneno se esparce rápidamente por su organismo. Hace tanto que Yann
no conciliaba tan profundamente el sueño.
Somos
tantos y sin embargo ninguno
pechos
inflados de soberbia irrisoria
la
patética ingenuidad de creerse visible
de
perder las paredes de piedra
cada uno
hace lo mismo
los
clones anónimos se cruzan por las veredas
cada uno
piensa
¿cómo no
saben quién soy?
Una risa
se dibuja en sus semblantes
el vómito
de la consciencia es como un charco interminable bajo sus pies
El mundo
en su esplendor
se
presenta como una tarde bochornosa
acumular
registros de lo que fueron
de lo
que desean mostrar
imaginan
que el maquillaje es suficiente
yo veo a
través del tiempo
los ojos
son películas y las rebobino hasta el comienzo
entonces
cómo quieren que crea esa farsa
Revive
en mí el deseo de girar en mi propio eje
generar
un tornado que recubra toda la tierra
una
lluvia dulce y fina
que cae insignificante mientras el sol alumbra
Y este pesar
de ser aire
es arrebatado
al pensar en lo cínico del tumulto
Cada
partícula genera mi desprecio fatal
destruiría
cada centímetro de falsedad
qué
hicimos del mundo
cuándo
convertimos lo cristalino y aromático
en una
capa de groserías latentes en cada rincón
cuándo(…)
Amelia
tampoco puede conciliar el sueño, pero no es un problema para ella, su padre
siempre le ha dicho que dormir es perder horas de vida, y teniendo en cuenta
que los días ahora son tan cortos… Ella disfruta su insomnio, lo recibe como un
merecido regalo por su amor a la vida, que esté inconforme con la forma en que
se vive en la ciudad es un tema aparte, la vida misma siempre estará en las
cosas pequeñas y naturales, por ejemplo, ver aletear una mariposa como un
parpadeo de Dios. Nunca olvidará los bosques vírgenes, los ríos y lagos puros,
el mar bramando y ocultando los misterios más profundos. Hace unas semanas no
deja de pensar en una palabra: batiscafo. Decir unas semanas es una mentira
ciertamente, hace años que piensa en ella, pero hace poco se ha vuelto una
obsesión. El creador del batiscafo era un romántico, o pensó en los románticos al
crearlo, imagínate lo inexplicablemente hermoso que es el batiscafo como
símbolo, Yann, eres como una profundidad que sondea dentro de otra.
Relee
nuevamente el poema. ¿Por qué ese y no otro? Amelia sabe cuántas cosas han
pasado últimamente en la vida de Yann, y cuántas más están por venir. No
entiende cómo puede entonces dirigir su atención hacia los demás. ¿Cuándo me pasará el
resto del poema? Cree haber descubierto que el motivo de su insomnio es el
esperado encuentro de mañana (que, como sabe, es hoy, pero al estar de
madrugada sigue confundiendo los días: le cuesta creer que el inicio de un
nuevo día sea tan prolongadamente oscuro).
Son
las cuatro de la madrugada y Amelia no tolera más la inacción. Se levanta y se
dirige en penumbra hacia el teléfono que está cruzando la habitación. Camina
lentamente, casi arrastrando los pies, aunque su mente esté activa en su
totalidad, su cuerpo no responde con mucho entusiasmo. Siente un frío
recorriendo su cuerpo, y corre de vuelta a la cama: había olvidado las
pantuflas, y su fobia a las arañas le hizo imaginar cualquier tipo de situación
espantosa relacionada con ellas. El susto la reanima físicamente y
ahora camina decidida hacia el teléfono. Marca el número de Yann y espera
pacientemente que alguien del otro lado levante el auricular, pero no hay
respuesta. Se entristece, no quiere verlo según lo acordado, nunca ha
disfrutado los encuentros acordados de antemano, con tiempos y espacios forzados.
Llama otra vez y nuevamente nadie contesta, pero no se rinde en su deseo de
hablar. Camila, al igual que Yann, está acostumbrada a mantenerse despierta por
la noche, y Amelia no duda en recurrir a ella. Como si hubiera estado esperando
desde hace horas alguna llamada, apenas Amelia había terminado de marcar el
número, siente la voz de Camila.
-¡Hola!
¿Quién habla?
-Amelia .
-Oh,
insólito, no puedo creer que esta princesa, ama del sueño, esté despierta a
esta hora. ¿Pasa algo?
-No,
tranquila, sólo quería conversar con alguien. ¿Puedes venir?
-Me
gustaría poder dejarte en suspenso, diciendo que debo hacer algo primero,
terminar un trabajo, ver a alguien, no sé, pero tengo toda la noche libre, así
que espérame.
Amelia sonríe, sus labios se ven cansados, su semblante se entristece.
-¿Qué
hacías despierta, entonces?
-Leía.
-Entiendo.
Te espero.
Amelia siente que una potente congoja se desborda en ella, y rompe en
un llanto que pretende disimular. ¡Por la mierda, hueón! Camina lentamente hacia
la ventana, corre las cortinas y mira hacia la calle. La imagen nocturna la
deprime, siente una inexplicable angustia al ver las sombras inmóviles que
proyectan los árboles iluminados por los focos. Cada noche, antes de dormir,
recuerda esa imagen y trata de bloquearla, y ahora se muestra desnuda frente a
ella, y es imposible evitarla. Amelia baja de su cuarto, toma las llaves y se
lanza a la calle desolada. A lo lejos ve un grupo que no le produce interés
alguno. Cruza hacia la vereda de enfrente y se desnuda bajo la sombra estática
del árbol vecino. La noche está sofocante, cargada de electricidad. Amelia grita, grita tanto que ve encenderse luces en las casas que la rodean, las
personas que eran desconocidas para ella han descubierto que existe y se acercan a
socorrerla, pero no quiere ayuda. Decide correr, sabe que si continúa por ese
camino llegará al cerro, y planea subirlo completamente, nunca lo ha hecho,
pero lo ha anhelado desde el primer día que lo vio. Corre tan rápido y tan abstraída
que no nota las voces tras ella sugiriéndole cuidado, las voces se pierden y
desaparecen, elevándose el sonido del roce de sus piernas con los arbustos que
se encuentran en las faldas del cerro. Mientras sube, en plena oscuridad, vuelve
a pensar en su miedo a las arañas, recuerda las tarántulas que ha visto y
presiente que se cruzarán en su camino, pero ahora nada le importa. Continúa
corriendo, la única forma de librarse de las cadenas que están atormentándola es
llegando a la cumbre, pero descubre que, a mitad de camino, el cerro está
cruzado por un canal. Escucha la ferocidad del agua golpeando las paredes de
tierra y se siente víctima de un robo, alguien se ha apoderado de ella, de su
ser, está dentro de ella y la controla sin siquiera consultarle qué piensa respecto
a las decisiones que toma. En un arrebato de locura, quizá producto del
intruso, o de su mismo ser que está arrinconado en algún lugar, se lanza al
canal. Ahora sólo oye su remordimiento, mientras piensa en lo egoísta que ha
sido.
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