jueves, 24 de febrero de 2011

Itwasnecessary.


Cuan abejas formando un enjambre. Abeja reina da luz a más abejas. Abejas, abejas, ya van cinco patéticas veces repitiendo tal palabra. Abeja.

Los perros ladran en la noche y su irritante sonido se mezcla con el rugir de los autos. Escucho todo cuanto puedo, para luego ponerlo a la altura de mis pensamientos, su forma de encadenarse y sus contradicciones: tanto chihuahuas como un pitbull, así como el escarabajo y el ensordecedor escándalo que una micro amarilla hace al viajar. Un portazo, lo he escuchado tantas veces antes de dormir que ya sé de donde es: la casa contigua al hogar de un perro transantiago que se cree dueño del lugar, el portazo proviene de la casa color amarilla. Un aerosol, la despedida de dos mujeres, y una voz más alejada gritando en búsqueda de algún conocido, se mezclan al mismo tiempo.

En esta calurosa noche me he puesto una polera y logro oír –al agudizar mi oído para no distraerme con todo el ruido presente- el reloj pulsera blanco desteñido dentro de un cajón expulsando los segundos que marcan cada momento. Esta noche todo me irrita. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. No sabría si escuchar el morboso escándalo de afuera o el deterioro del tiempo encerrado.

Por fin me había decidido a tomar aquel regalo que prometí inconscientemente nunca usar, con mi respiración jadeante marcada por la ira y la irritación veo la hora. 3:10 am. Para despejarme comienzo a jugar con la pulsera elástica del aparato. Me siento como un niño recordando el ayer, mientras jugaba con barro. Por un momento me acerco el reloj lo más que puedo hacia mi oído. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. El silencio en ese momento fue total. Escucho en paz el calmante pasar de los segundos…  ¡El pasar de los segundos! – grita irritada una voz dentro de mi mente. ¡Deja de derrochar el tiempo de esa forma! .- Me desconcerté y a los pocos segundos me incorporo nuevamente. Ahora miro el reloj a distancia. Estaba más enfadado que nunca. 3:21, Abrí rápidamente el cajón y devolví lo que le pertenecía, sentía como los segundos se ahogaban.

Escruté mi cuarto de izquierda a derecha, y me detengo en los accesorios más importantes. Un libro. Sentí como me entraba en su mundo de fantasías nuevamente cuando mis involuntarios ojos seguían revisando el lugar. Ahora se enfocaban en una guitarra. Se distinguía a medias, la sombra de las cortinas escondían aterradoramente las clavijas. Más frustraciones adicionales a las que no me permitían dormir esa noche, Nunca aprenderé realmente a usar esa webada, me dije mientras me consolaba recordando el paulatino progreso que tenía. Una picazón en mi mano detuvo el recorrido. Estiro el brazo y alcanzo el mentolatum. No matare a ese zancudo, es mi hijo, tiene mi sangre, me decía cada que era picado, de todas formas acababa con ellos y me sentía realizado y poderoso.

Deje la crema en el mesón y volví a mi actividad. Un búho echo de combarbalita me miraba penetrantemente, pero mi mente no se importaba por él, sino por un llavero que compre ese mismo día en el mismo lugar, estaba destinado a una amiga que para mi se perdió en el cosmos.

Aun así todo lo que hice esa noche no curo mi ira excesiva contra todo, tape mi cuerpo y apagué la luz, ahora una más tenue que entraba por la ventana iluminaba mi cuarto. Volví a jadiar descontroladamente, esta vez sin motivos actuales, más que recordar lo que me dejo en esta situación. Al fin, luego de horas de desesperación, en medio de la locura logré consolidar el sueño.