lunes, 18 de abril de 2011

El Nuevo y patético Siglo






La luz que se logra filtrar por las nubes, de forma tan opaca, entristece la ciudad. Parecen  ser las tres de la tarde, en un día tan común como cualquier otro. Los transeúntes, tan  apresurados, olvidan el significado de caminar, respirar, mirar, oler, sentir; vivir. Las calles contaminadas con ruido, y una mecánica forma de - sobrevivir -, le dan un toque de nada a la Nueva ciudad, parece de otro mundo, uno tan lejano que nadie lo conoce ni lo imagina. Las calles, a de contaminadas, la hacen parecer una pesadilla, donde no está permitido dejar escapar una sonrisa, o mustiar producto de los nervios; una pesadilla que no aprueba el deseo de caminar libremente y sin rumbo, o simplemente inspirar consciente de ello.
Un bostezo. Se desata una reacción en cadena de los transeúntes por miedo a perder su oxígeno, saben que es lo único que no será obligación comprar, pagar, endeudarse producto de respirar. Todo el mundo bosteza, mas ellos dos no.
Están vivos. Dos humanos están vivos. Los robóticos sonidos de la gente, en un idioma totalmente  incomprensible,  no  logra  desconcertarlos,  mucho  menos  persuadirlos. Ambos  están ahí, lejos, pero están, no saben por qué, y                                                                          lo más probable es que nunca sepan cómo llegaron ahí. Sienten una fuerza, una energía, una luz, un simple destello: Un Llamado, un salvaje silbido que no tiene lugar en esa sociedad.
No hay miradas. Personas aumatas. Nadie se toca, nadie se huele. Están ahí, pero solos. Solos inmersos en sus mundos, y el Mundo ha desaparecido. Ahora es un Nuevo Mundo. Alguien logra alzar la voz entre la multitud, una esperanza afloja en ambos. Pero solo es   un comerciante. Un comerciante, a su vez, también convertido en una persona aumata.
-¡Hoy gran liquidacn, hay grandes descuentos!

Los cerebros de los Nuevos Humanos logran pensar, o algo lejanamente parecido. Las ondas llegan a sus tentadas mentes y corren; ellos corren para encontrar lo que hará su felicidad: un vacío objeto repleto de nada.
En otro sitio, un mendigo, pide limosa y sin ningún sentimiento, comienza a recitar

palabras que en estos días podría ser llamado un canto. Es el Nuevo Canto. Presente, constantemente, en la Nueva - y falsa - Ciudad. Ellos no logran ser persuadidos. No se sienten atraídos por engañosas publicidades o falsos sicos del Nuevo Siglo, del siglo

XXI, donde todo es de mentira, donde toda palabra ha cambiado su significado, donde todo es Nuevo.
Usan sus narices, están ahí, en su rostro, y son capaces de detectar olores. Si tan solo los aumatas lo supieran. Los dos siguen algo presente dentro de ellos: el instinto. El instinto que los humanos ya no poseen, que los viejos humanos poseían.
En algún momento creían caminar en círculos, nada era distinto. Pero en realidad solo

era la monotonía de las Nuevas Ciudades.

El llamado, el silbido, la fuerza los hizo estremecer, despertar, soñar; vivir. El fin ambos dejaron  de mirar, ambos dejaron de r. Por unos segundos el tiempo se detuvo. Sentían como sus pies se sacudían por deseos de correr. Entonces observaron, y luego escucharon. La energía  con la que corrieron era inhumana, incluso en época de humanos. Corrieron y se encontraron. Se encontraron y se asfixiaron en un abrazo. Cayeron al suelo, y se revolcaron como los Seres Vivos. Solo entonces se saludaron; dijeron sus nombres, y para concluir, él le dijo: -Estoy feliz de encontrar a una mujer, quizás la última Mujer.
Los Nuevos Humanos seguían su camino, su camino fijo, no miraron a los distractores revolcándose en el suelo. Preferían seguir su rumbo sin rumbo,  sin saber que usan sus pies, sin  percibir la existencia de sus pulmones, sin conocer el significado de vivir. Mientras tanto, él, con sus palabras, lograba sellar lo infinito.