jueves, 1 de diciembre de 2011

Desconocidos






La noche cayó de golpe para los dos. La obscuridad se apoderaba rápidamente de la totalidad de sus mundos. Él estaba en su cuarto, sentado (y observando su reflejo) en el frío piso, escuchando el silencio, aterrado; jugaba en cada instante con sus dudas,  mientras  una enérgica brisa helada rozaba su rostro y agitaba sus cabellos, desordenándolos. Ella se encontraba  acostada  en las entrañas seguras de un bosque, apoyada en un árbol coposo e inquieto, miraba el cielo pintado de manchas brillantes, así se sentía insignificantemente pequeña en comparación a la vida presente en esa obra, pintada por Alguien Anónimo, jamás conocido.
Ambos sumergidos profundamente en los caudalosos ríos de sus dudas, dejaron escapar una sonrisa al mismo tiempo, sin saberlo. Ella escuchaba el murmullo de la hierba agitarse a su alrededor. Permanecía con sus ojos cerrados, consciente que no podía ver nada en la noche, a excepción del cuadro lejano sobre su cabeza. Olía la virginidad del bosque,  que se filtraba nítidamente por sus narices, llegando hasta sus lugares más profundos, logrando  adormecer todo su cuerpo. Él se hacía con el frío omnipresente, dudando, como siempre había hecho. Buscando una forma de mezclar, desesperadamente;  pasado,  presente  y  futuro  en  una  realidad  única.  Permanecía intranquilo en su cuarto que,  en ese momento, era un  oscuro juego de sombras tenebrosas alterando sus nervios, quitándole el aliento. Más allá de sus miedos, en ese instante, ambos estaban seguros en sus sagrados polos opuestos, sin saberlo.
Transcurrido un lapso de la noche, la brisa helada comenzaba a ser olvidada. Los miedos empezaban a desaparecer. Las dudas se hundían en el agua para volver a salir a flote en otro instante. El cuadro de Alguien Anónimo dejaba de ser inmenso, era una pequeña parcula que, ambos, sin saberlo, tomaron al mismo tiempo.
Primero ella, luego él. Ambos se desplomaron de la realidad y comenzaron a vagar por sus  sueños, su mundo onírico lo fue todo por un instante, en donde solamente se encontraban  los  dos.  Por  única  vez,  vieron  sus  rostros,  palparon  sus  mejillas  y comenzaron a  besarse, convirtiéndose en la nueva obra de Anónimo. Primero ella, luego él. Se desprendieron de sus ropas, sentían su verdadera naturaleza fluir, luego de haberla olvidado  durante tanto tiempo. Sus ojos se encontraron, profanando su


intimidad. Amor. Primero él, y luego ella. Cerraron sus parpados, cansados de imaginar, tratando de desprenderse de sus sueños, llegando al final de la cuerda, endeble, que en cualquier instante podían cortar. Él decidido  no abandonarla, abr sus ojos dentro de su mente y ahí  la encontró, al frente suyo, nuevamente. Golpeó sus mejillas suavemente para que ella no despertara del sueño. No lo hizo. Ambos comenzaron a nadar en un inmenso casi-interminable mar, nadaron juntos por casi-toda-la-eternidad. Juntos dentro de sus sueños, los cuales parecían no acabar, sus sueños eran, en ese momento, la realidad. Juntos, sin nadie más. Junto. En lo casi-infinito.
El día comenzaba midamente a esas horas de la mañana. La estática imagen que antes solo variaba con el soplar del viento, se había convertido en tenues movimientos de personas.  Ella estaba apoyada en un árbol que, ahora, le aportaba sombra, sin dejar que los suaves rayos de sol le molestaran. La brisa susurraba cálidamente en sus oídos.  En  el  pasto  veía  como  algunas  pequeñas  flores  comenzaban  a  abrirse  al encontrar a su Dios  aportándole vida.  El sentía el suelo tibio, como era costumbre a esa hora en esos días de primavera. Sus  cabellos poblaban su frente e itilmente trataba  de  peinarlos.            Ambos,  al  mismo  tiempo se  estiraron  y  bostezaron. Carraspearon y rasgaron sus ojos. El se levantó del suelo,  así como ella se alejaba del cálido bosque, al mismo tiempo, sin saberlo. Sentían deseos de alimentar  su  esmago después de una noche más de sueño. Ya incorporados, comenzaron un nuevo  día, común y corriente, sin siquiera darse cuenta, sin estar conscientes que, en la inmensa eternidad, ellos se alcanzaron a conocer.




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