jueves, 1 de diciembre de 2011

Molestias casuales



Desde la pileta el agua salpica constantemente. Una paloma se posa entre los ríos que se forman, y limpia sus alas mientras tranquilamente observa cómo se despierta la ciudad a eso del medio día. El Mateau mira esta pileta pensando en que ella es mucho más longeva y también que, cuando él desaparezca, seguirá salpicando por cuántos siglos más, volviendo a permitir situaciones como las que se dieron hoy. Pensaba también que, remplazar la pileta por el Universo, sería una buena analogía.
A través de los ojos de la paloma se reflejan tres (o quizá dos) parejas, sentadas en bancas que rodean la fuente. Primero están los F., e inmediatamente a su izquierda los T. El rostro de la paloma es un signo de pregunta, haciendo referencia a que si la cercanía de ambas parejas se debe a su parentesco. El ave se olvida de lo visto y comienza su vuelo buscando cualquier lugar más emocionante, o tal vez sólo busca algo de comer.
Los T. y los F. son similares, al punto que ambas relaciones son cuerdas-entendidas-por-la-sociedad. Sus rostros son agraciados y sus ropas hacen lucir la moda santiaguina. Los T. y los F. tienen hasta una similitud en la forma de escribirse, porque al mover el palo inferior de una F hacia la izquierda del palo vertical, y subirlo hasta el tope, tendría la T que representa a la pareja vecina. Ese palo es el único pequeño gran detalle que no permite su simetría.
En la banca más lejana, está o están los Mateau, que por la distancia y el agua que salta unos cuatro metros desde el suelo, no son visibles para los T. ni los F. Nadie sabe si el Mateau está realmente acompañado por alguien tangible, pero él sabe que no está solo en su soledad.
La  F. comenzó a declarar por quincuagésima vez su amor hacia su pareja, y esta vez lo hace gritando. Si mal no ha oído, Mateau escuchó: “¡El perro es maúlla!”. Él sabe que estas son palabras inconexas, falsas, sin sentido y vacías algunas veces. Para el oído de la ciudad, al F. le acaban de gritar las siguientes palabras “¡Te amo!”. Los T. hacen algo similar pero por primera vez se sienten defraudados de sus momentáneos compañeros de banca, pues notan una completa falsedad en lo que han escuchado. Entonces la T. hace un ademán de desprecio, y, encubierto, otro de comprensión. Mateau, entretenido por lo que acaba de oír, se dirige a una banca más cercana, donde es más fácil ver y escuchar.
Mateau había recorrido gran parte de la ciudad, desde la madrugada hasta el medio día. Caminó por parques observando hojas y pateando piedras; mirando el cielo y escupiendo al suelo, no por una molesta abundancia de saliva ni flemas, sino por un latente desprecio de lo que significaba la vida, la vida además, tan corta y redundante cada año, por cada persona y por cada era. Mateau era de aspecto vago, despreocupado y sereno, atento y a la vez despistado, perspicaz al punto de la suspicacia. Luego de haber abandonado los parques recorridos, sintió caminar a su lado a M., no miro para asegurar si era ella o estaba solo, y comenzó a hablarle. Le comentaba acerca de nubes y estrellas; pájaros y aviones, y –como un enigmático secreto–, también, sobre OVNIS, categoría donde le gustaba sentirse identificado aunque lamentablemente así no fuese. El pelo de Mateau le reducía la vista, sobre todo por el lado derecho (donde sentía caminar a M., que no pronunciaba palabra alguna), así que no había más prueba que M. estaba junto a él que el ruido de los pasos y la respiración que Mateau percibía. Finalmente llegaron (o llegó) a una pileta, donde se sentó en la banca más alejada de las demás parejas. 
Los T. y los F. tenían similares procedencias. Los T. estaban empapados por haber estado jugando con agua en un recinto lejano. Su principal preocupación era el pasado más que el porvenir. Los F. decaían en un palo hacia la derecha: la misma condición, más extremidad; se les sumaba el qué-dicen-ellos en vez del qué-pensamos-nosotros. Estas parejas habían llegado por metro hacia la pileta, pues no acostumbraban caminar.
Cabe destacar cómo se formó la pareja de los T.:
Tina por apuro desesperado había caído en calles más extrañas de Santiago, donde T. paseaba similar a Mateau en los días de hoy. En esos años, dos desde el presente, T. sólo buscaba compañía pero sin apuros ni prisas, y así calló Tina en la calle J, corriendo, destrozada y asustada. T. la ayudó y con el pasar de los días comenzaron a cruzar sus caminos en un camino. Pero hoy ya todo era rutinario. Una pena.
Ahora los F. se besan luego de los gemidos de Fanny. Mateau se para de la banca donde se había situado, en la que no permaneció más de diez minutos. En este instante va a  caer al lado de los F. Estos se miran disgustados más que sorprendidos. Mateau siente a M. a su lado ahora cercana y real, mas está seguro de que ella, si antes hubiera estado a su lado, ya no se encontraba allí. Los T. miran y se sonríen, este momento les da vida, que es lo que tanto les falta. Pero es un momento efímero el que divierte. Mateau saca un libro de la mochila que llevaba en su espalda, que ahora ha dejado en sus faldas, y aparenta ser un lector concentrado. Pero para dar a entender directamente lo contrario a los F., pone el libro al revés. F. lo nota y se altera aún más, entonces comienza a palabrear a Mateau:
-Oye, ¿qué se te perdió por aquí ahue…? -La F. lo toma por el brazo rápidamente y le dice:
-Cálmate, Falco, sólo está leyendo.
-Así es, flaco, sólo estoy leyendo.
Falco lo mira despectivamente y Mateau voltea el libro. Mira a F., luego a la F. y vuelve a su libro, comienza a ojearlo y se detiene en la página trecientos sesenta y seis, cierra los ojos y, con éstos aún cerrados, vuelve a mostrar cara de concentración. Falco no deja de mirarlo y entonces la F. le hace girar su rostro sin hablar y su fisonomía le dice: no le des importancia oh.
La ropa de los T. se está secando. La paloma ha vuelto y se coloca al lado de Mateau. Los F, incómodos, ya no saben de qué hablar, y eso es justamente lo que esperaba hacer Mateau. Las dos parejas, Mateau, y el ave; ya están a una distancia que cualquier cosa dicha sería oída por los demás.
-Ustedes son tan parecidos. Tú –dice apuntando a T. –lamentablemente has fracasado, y tú eres la culpable de ello –Señalando a Tina–. Para qué hablar de ustedes –continúa con los ojos cerrados aún–, nunca deberían haber estado juntos, son los que hacen llorar a esa pileta en frente suyo y espantan las aves como las que se encuentran a mi lado.
Los T. desconcertados y un poco asustados se paran y caminan hacia el semáforo de la esquina, los F. siguen su ejemplo y rápidamente se ponen en marcha. Mateau está contento con lo sucedido y también se pone en pie. Las parejas creen que Mateau los sigue, pero en la esquina de  la calle estaba Magdalena Mateau, a quien abraza por el cuello y se ríen como dos locos y luego caminan por el rumbo que acaba en un cerro. Mientras tanto, los T. y los F. aún esperan que el semáforo cambie. Tomás decide devolverse al metro y es lo que hacen con Tina. La luz ahora está en verde y los F. se dirigen a la fuente más cercana que encuentren. Falco se enmienda a Dios esperando que, la próxima pileta a la que vayan, no esté llorando. Entonces Fanny se aferra de su brazo esta vez y le susurra en el oído: -Qué tipo más fallado.



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